sábado, 5 de abril de 2008

Qué tiene que ver la pedagogía con...

Esta es una sección destinada a pensar la relación de la pedagogía con diversos aspectos de la realidad… sobre todo con aquellos que poco lugar –o ninguno- tienen en nuestra formación pedagógica.


¿Qué tiene que ver la pedagogía con…
las riquezas naturales?

Lucía Condenanza
(Prof. Cs. de la Educación)


Partiremos de dos aclaraciones:
1. Preferimos hablar de riquezas y no de recursos porque, aunque sabemos que el lenguaje es sólo un aspecto de la realidad (importante, pero uno solo al fin), los significantes significan… en este caso particular, planteando una determinada relación del hombre con la naturaleza, y queremos proponer otra.
2. Con respecto a la pedagogía, sabemos que no hay mucho acuerdo en su definición precisa, pero también sabemos que si hablamos de los sentidos, de las finalidades, de la ética, de los sujetos involucrados en los procesos educativos, hablamos de pedagogía.

Hechas las aclaraciones, queremos empezar con un poquito de historia. Hace más de 500 años comenzó una economía mundial basada en el saqueo de los bienes naturales de los pueblos y en la explotación de hombres y mujeres de las distintas comunidades que habitan continentes no europeos. Guerras y muchas muertes mediante, se consiguió poco a poco, bajo el ideal de Progreso, la instauración de un modelo de relación entre humanos y con la naturaleza signado por la explotación. Para decirlo brevemente: la apropiación por la fuerza de los medios de producción por parte de los sectores dominantes (la burguesía europea y cristiana) planteó un modo de vida “racional” (desde “La Razón” de esta clase social) poniendo todo lo que le fuera útil bajo su disposición. Claro que la cosa es compleja, pero nos atrevemos a decir que esa disposición arbitraria, irracional y dogmática sobre la vida tuvo entre sus objetivos principales la construcción de imperios y grandes bastiones de poder. Así, fue “necesaria” la opresión, la represión y deshumanización de millones de hombres y mujeres. Lo que probablemente tuvo de nuevo este período que se abrió con “el descubrimiento de América” fue la instauración de esta forma de relacionarse con la naturaleza: agresiva, destructiva, irresponsable, sin proyección más allá de las ganancias para el imperio de turno. Lógicamente, ésta no era la forma que planteaban los pueblos que habitaban originariamente estas tierras, como se puede conocer a través de las leyendas, los rituales, los cuentos y los libros medicinales o directamente, dialogando con los diversos pueblos que 500 años después, y pese a la guerra de exterminio físico y cultural, aún persisten y tienen mucha sabiduría para aportar. Esta es una relación de intercambio, de culto, de cuidado… en fin, no pretendemos establecer cuál es mejor o peor, sí nos interesa destacar que el modelo económico y cultural actual está basado en el saqueo de los bienes naturales, en su exterminio, y que éste no es el único posible.
Bueno, acá puede empezar una lluvia de contra-argumentos desde las posturas defensoras de los ideales del orden, del progreso, del confort: “la industria genera trabajo”, “te quiero ver cómo vivís sin computadora”, “estamos en la era de la globalización”… Pues nos parece importante advertir sobre el fatalismo que ronda estas concepciones: ¿acaso estamos decidiendo dejar que nos roben nuestras riquezas? ¿realmente no hay nada que hacer? Atención con el problema de correr el eje de la discusión: estamos diciendo que hay otras formas de relacionarse con la naturaleza, y proponemos entonces pensar cómo sería, en qué consistiría, etc.
Hoy podemos decir que al respecto tenemos algunas certezas, y una es que “el progreso” trajo aparejada la destrucción de la vida. No sólo de la vida humana, también de la naturaleza que es vida. Enrique Dussel propone considerar esto como un criterio principal en la configuración de una ética cotidiana: resistir ante aquello que produce víctimas, que destruye la vida, y construir -desde la identificación de aquello- modelos de acción colectiva que tiendan a la reproducción de la vida. Es una buena punta para entender que la cuestión ecológica no es trivial… no es hippie paz verde o una lucha que compete a la gente rica porque no tiene nada más que hacer. No señor. Vemos cómo la misma realidad estructural recorre el territorio argentino y lo hermana con los demás países de América Latina: en los últimos años, en todo el país fue avanzando el modelo agro-extractivo exportador (y con él: muertes de ríos y vegetación, y cientos de personas con la contaminación), un modelo productivo implantado al amparo de distintas políticas estatales, que incluyen bajos salarios, leyes complacientes y jugosos estímulos fiscales (exenciones, subsidios) para que las grandes empresas del imperio acumulen importantes ganancias apropiándose de las riquezas naturales, escasas a nivel mundial pero todavía abundantes en estas regiones.
Entonces en nuestra tierra se cultiva principalmente soja (más del 50% de los cultivos): industria que ya no da trabajo como antes, pero que además no alimenta, porque no producimos nuestro alimento. Y el punto es que no sólo no producimos nuestro alimento sino que se destruye el suelo: se agota. ¿Eso es racional? ¿Que un territorio que podría producir alimentos para más de 300 millones de personas tenga muertos por desnutrición? ¿Que pagamos el agua en muchas ciudades para consumo vital y que las industrias extractivas mineras no pagan un centavo por usarla en sus explotaciones y contaminarla con cianuro y ácido sulfúrico?
A contramano de discursos oficiales que prometen defensa de la soberanía y la emergencia de una nueva política, en los últimos años se han hiper “desarrollado” el monocultivo de soja, el agotamiento petrolero, la extracción minera, la instalación de industrias contaminantes y con todo eso la destrucción (cabe decir la exportación, el saqueo, la contaminación) de la tierra, el agua y el aire. “Acumulación por desposesión”, lo llaman algunos autores, aunque más directamente se lo puede llamar despojo y depredación de las riquezas naturales, que se traduce en pérdida de derechos sociales para el conjunto de la población. ¿De qué soberanía del pueblo se puede hablar con contratos petroleros renegociados en condiciones insultantes; con incentivos legales y fiscales a la extracción de oro, plata, cobre y los metales raros; con la concentración en el campo y el crecimiento de los pooles de siembra, que arrasan los bosques y se llevan en forma de pesos los nutrientes de la tierra; con las consecuencias en el aire y el agua de este modelo productivo de saqueo? ¿Qué hay de nuevo en esta política, después de 500 años de despojo que incluyeron las minas de Potosí, en Bolivia; La Forestal (por el tanino del quebracho) en el norte argentino; la oligarquía ganadera en la pampa húmeda; y en general, la “inversión extranjera directa” en todas las ramas estratégicas de la economía (transportes, servicios públicos, etc.)?
En este tiempo y en este espacio no nos importa si la pedagogía es una ciencia o no, si es una teoría práctica o una práctica teórica… debemos tener cuidado de caer en debates alrededor de rótulos supuestamente epistemológicos que en realidad poco aportan a la construcción de un conocimiento útil y socialmente pertinente. Desde la pedagogía, a nuestro entender, debemos pensar los distintos aspectos relacionados con la educación que constituyen la sociedad de esta forma y no de otra, con la principal finalidad de proponer nuevas formas en cualquiera de esos aspectos de acuerdo con los propósitos políticos del o la pedagogo/a: reproducir, reformar o revolucionar el orden social vigente. En el campo de la educación, sabemos particularmente, no hay teorías ni prácticas “neutras”, y si no tomamos estas decisiones, pues estamos siendo funcionales a las decisiones que otros toman por nosotros.
Asambleístas de distintos movimientos sociales ambientalistas nos contaban cómo la ignorancia es el principal medio de dominación en las regiones de saqueo (San Juan, Santa María –Catamarca-, Sierra de la Ventana, etc.). En las escuelas de San Juan –por ejemplo- no se conoce qué es el uranio (elemento químico utilizado en la energía necesaria para la actividad extractiva de minerales): en la escuela no se enseña, los docentes no lo saben y los niños y padres no lo reclaman, sin embargo sí saben que cada vez más gente se muere de cáncer y que ya no se puede cultivar de la misma forma que antes.
Con este ejemplo solamente debemos poder pensar muchas cosas. ¿Cuál es la función de la escuela? Carlos Cullen propondría, entre otras, la distribución del conocimiento, en tanto bien público. Es lógico que en muchas regiones ciertos conocimientos no se distribuyan porque no es conveniente a los sectores dominantes. ¿Qué se debe enseñar en las escuelas? Philippe Meirieu sugiere partir, sobre todo, de las preguntas que se hacen niños y docentes (por ejemplo: ¿por qué no podemos cultivar más papas?), y claramente la hegemonía cultural e intelectual nos dice históricamente que es más importante conocer –aisladamente- las civilizaciones egipcias, griegas y romanas que los problemas que cotidianamente se nos presentan.
Entendemos desde esta perspectiva, y concluimos, que hay mucho para hacer desde la pedagogía con respecto a estos temas. Mencionamos sólo algunas propuestas:
- Explicitar esta clara intención de reproducir el orden social vigente, a través de la dominación del pueblo mediante la ignorancia, y revertirla.
- Reflexionar y accionar sobre los currículums que permiten estas condiciones de reproducción -sino la construyen-, tanto en la educación formal como no formal y alternativas.
- Estudiar en profundidad la situación económica, social y política del contexto en el que pretendemos desarrollar nuestras propuestas pedagógicas.
- Investigar desde una perspectiva pedagógica estas problemáticas (atendiendo a los procesos de comunicación y socialización que posibilitan tales situaciones de explotación),
- Pensar qué criterios éticos y políticos reproducimos y construimos en nuestras prácticas…

Para finalizar, invitamos dos lecturas:
Patas Arriba. La escuela del mundo al revés, de Eduardo Galeano,
y Caleidoscopio de Rebeldías, de Claudia Korol.

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